Dice la leyenda que en una aldea vivía un sabio ermitaño, que solía sentarse junto a una fuente y atendía las consultas de la gente. Se decía de él que conocía el futuro, y su fama se extendió por todo el Imperio.
Un día llegó a su lado un soldado, muy joven, muy aristócrata, muy orgulloso y muy borracho, y le exigió que le revelara la identidad de su futura esposa. El ermitaño se resistió a hacerlo, pero ante las amenazas del joven borracho no le quedó más remedio que obedecer. Tras meditar largo rato, le dijo:
-La que será tu esposa vive aquí mismo.
-¿Aquí? ¿Quién es? ¡Quiero verla! ¡Quiero verla ahora mismo!
El ermitaño volvió a resistirse, pero al final no tuvo otro remedio que acompañar al soldado hasta la plaza de la aldea, donde aquel día había mercado. Esperaron juntos un tiempo, hasta que el sabio anciano señaló:
-Mira, ahí está.
El joven observó atentamente, pero sólo vio a una chica vestida de campesina que llevaba un bebé en brazos. Por mucho que miró, era la única mujer que había por allí. Entonces, el orgullo y el alcohol se combinaron en él, y gritó:
-¡¿Qué?! ¿Esa va a ser mi esposa? ¿Una miserable campesina que encima ni siquiera es ya virgen? ¡Ni pensarlo, no lo consentiré!
Y, dicho eso, desenvainó su espada y se lanzó entre el gentío. Hubo gritos de horror, y, poco después, el soldado había desaparecido dejando tras de sí a la chica y al bebé bañados en sangre.
A pesar de lo ocurrido, el joven soldado no tenía mal fondo. Cuando se le pasó la mona, se sintió tan horrorizado por lo que había hecho (sobre todo por el bebé que no volvió a beber jamás, y desde entonces intentó siempre ayudar a los demás, en vez de aplastarlos en nombre de una pretendida superioridad. También se fue de la aldea, y recorrió todo el Imperio buscando redimirse.
Quince años después había logrado hacer las paces con su conciencia hasta el punto de que regresó a la aldea donde había cometido su crimen. El viejo y sabio ermitaño había muerto, y nadie parecía recordar el hecho.
Se estableció allí, y pronto hizo amistad con uno de los terratenientes. Éste tenía una hija de diecisiete años de la que nuestro soldado se enamoró. Pidió a la joven en matrimonio y su padre se la concedió muy gustoso.
La muchacha era una auténtica belleza, que tenía la costumbre de llevar alrededor de la frente una cinta de seda. Él nunca la había visto sin ella, y le gustaban, pero cuando, en su noche de bodas, vio que la seguía llevando, quiso quitársela. Ella se resistió todo lo que una educada esposa china podía, pero acabó perdiendo. Sólo entonces vio el soldado que su preciosa mujer tenía una horrible cicatriz en la frente.
-¿Quién te hizo eso? ¡Dime quién ha sido, y le mataré!
La pobre chica se echó a llorar desconsoladamente.
-Perdóname, esposo. Debí decírtelo antes, pero me dijeron que no lo hiciera, que te perdería. Cuando yo tenía dos años, mi nodriza me llevó al mercado. Un loco nos atacó, la mató a ella, y a mí me dejó desfigurada de por vida. ¡Por favor, esposo, no me rechaces!
Entonces el soldado supo que el sabio ermitaño no se había equivocado en su predicción, sino que él la había entendido mal. Y fue muy feliz con su esposa.
La fuente continúa allí, y las parejas de enamorados van a consultar al espíritu del ermitaño sobre su futuro juntos
La pobre chica se echó a llorar desconsoladamente.
-Perdóname, esposo. Debí decírtelo antes, pero me dijeron que no lo hiciera, que te perdería. Cuando yo tenía dos años, mi nodriza me llevó al mercado. Un loco nos atacó, la mató a ella, y a mí me dejó desfigurada de por vida. ¡Por favor, esposo, no me rechaces!
Entonces el soldado supo que el sabio ermitaño no se había equivocado en su predicción, sino que él la había entendido mal. Y fue muy feliz con su esposa.
La fuente continúa allí, y las parejas de enamorados van a consultar al espíritu del ermitaño sobre su futuro juntos
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